Solemos decir que hay personas que son como los ángeles, y que llegan a nuestra vida sin saber que traen consigo una misión. Hoy yo puedo decir que hay ángeles que no vuelan, que a veces llegan cuando menos los esperas y que tienen más relación contigo de la que imaginabas.
Ahora se que llegaste a nuestras vidas cuando más lo necesitábamos, cuando luchábamos sin armas en un mundo de cenizas, donde la vida nos había puesto a prueba y quisimos enfrentarla. Pero no tardaste en entrar, en ordenar nuestras vidas y darle un sentido. No puedo negar que sentí miedo, no por negar tu paso, sino por no sufrir más de lo que ya habíamos sufrido, por proteger a esas partes de mí sin las que mi vida no tendría sentido. Pero, sin embargo, supiste ganarte el amor y el cariño como sólo una gran persona lo haría por nosotras, con paciencia y constancia.
Nos has dado todo y más de lo que tenías, has dejado la huella de la paz en nuestras vidas, esa huella imborrable de la bondad y estabilidad. Has sembrado la semilla de la generosidad, del cariño, del cuidado y del amor que al igual que un pájaro a sus crías, alimentas día a día con un sentimiento de responsabilidad mayor del que nunca hubiéramos podido pedirte.
Nos has enseñado valores que no se aprenden en la calle ni en la escuela, nos has mostrado un camino a seguir, nos has hecho vivir experiencias inolvidables, momentos buenos y malos, pero has sabido estar ahí aún cuando las cosas no han sido fáciles y así, sin pedirlo y sin agradecerlo, hemos llegado a pensar que no hay grandes personas sino corazones grandes y que una vela no pierde su luz por compartirla con otra.
Gracias por cada día que pasa y gracias por cada minuto de felicidad compartida.
Gracias por cada día que pasa y gracias por cada minuto de felicidad compartida.
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